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Es difícil subir a esta ventana la marcha de este mundo de una persona que ha sido importante en tus gustos musicales de toda la vida.

Más difícil aun es tener que lanzar por esta ventana un último recuerdo de una persona que no sólo ha sido alguien en tu mundo musical, sino que además ha representado parte de la banda sonora de la película en se ha convertido tu juventud.

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¿Verdad que no te hace falta verle la cara para saber de quién te hablo? Efectivamente, esa forma de mantener la guitarra le delata.

Manuel Molina

En los 60’s, para un chico de pueblo, el flamenco era una cosa que se cantaba y tocaba en las tabernas y en trastiendas por gente conocida, amigos de los que te cruzabas todos los días por la calle. Y ocasionalmente llegaban una “Compañía” que lo subía al escenario del cine-teatro del pueblo, aunque lo ofrecía mezclado con muchas cosas más. Nunca se me hubiera ocurrido comprar una cosa que se llamaba disco de los que se podían sacan las voces y los acordes de las guitarras, pero difícilmente se podía sacar el sentimiento y el espíritu que se forma alrededor nuestra cuando alguien se arranca junto a una mesa con varios “chatos” de vino de Chiclana.

Los discos estaban destinados para esos melenudos venidos de tierras lejanas (por lo menos al principio) con sus guitarras eléctricas y sus gritos ininteligibles, pero que llegaban a ti gracias a esos pedacitos de plástico negro.

Por eso cuando se corrió la voz de una pareja que había lanzado un disco que no tenía nada que ver con todo lo anterior, era imposible aguantarse las ganas de correr a la tienda por esa rareza.

Un vinilo de flamenco; o por lo menos, eso pensaba yo. En la portada, dos palabras: Lole y… acompañadas de una fotografía de una mujer muy joven, muy guapa y muy gitana. En la contraportada, un melenudo de camisa blanca abotonada y mirada algo especial y del que había que rebuscar dentro del vinilo para conocer su nombre: Manuel.

[unos acordes secos y profundos, seguidos de una voz firme y unos violines de fondo…]

El sol, joven y fuerte /ha vencío a la luna / que se aleja impotente / del campo de batalla…

Eso no era Flamenco. Por los dioses que eso era NUESTRO FLAMENCO. El flamenco de los melenudos con pantalón de campana. El Flamenco de los que estaban contagiados por el Rock y el Blues del otro lado del charco. Había algo más que unos quejíos, unas guitarras y palmas. Había cuerdas, guitarras y bajo eléctricos y algo que se llamaba Mellotrón, que pocos sabíamos lo que era a ciencia cierta.

Había nacido una criatura sin nombre, a la que más tarde se dio en llamar Rock Andaluz y que nos daría (y nos sigue dando) tantas y tantas satisfacciones.

Que maravilla.

A partir de esta experiencia, Lole Montoya y Manuel Molina se incorporaron a nuestros dioses familiares y nos han acompañado con mayor o menor suerte a lo largo de casi medio siglo.

Pero (siempre hay un maldito “pero”) esta pasada madrugada, Manuel nos ha dejado huérfanos. Si hace unos días murió un rey, anoche nos dejó otro. Más pequeñito si quieres, pero más nuestro y, seguramente, más querido por los andaluces que, sin lugar a dudas, conocimos otros mundos musicales gracias al ingenio y al arrojo de este hippie nacido en la cara sur del Estrecho.

Muchas son las imágenes que podría tener de Manuel, pero yo me quiero quedar con dos.

Una, en mi reencuentro con Manuel hace unos años en el homenaje a Máximo Moreno, en Sevilla, en el que Manuel, como bien dejó escrito un amigo común

“…no, no fue fugaz, fue infinitamente intenso, el momento álgido del homenaje a Máximo Moreno.”

Manuel Molina y yo- Sevilla - 2009-09-15 - 2

La otra, vieja e íntima, una que no te puedo mostrar y que siempre me ha acompañado desde finales de los 70’s cuando pienso en ellos. No recuerdo bien pero podría ser en primavera. Estando mi mujer y yo tirados en la gruesa arena de la playa de La Herradura, en la costa granadina, muy cerca de nosotros se vino a sentar una pareja. Al escucharlos llegar, me giré y me encontré con una pareja de más o menos nuestra edad, vestidos como de venir de fiesta más que de playa, y que también disfrutaban de un hermoso día. Ella, una morena guapísima; él, un melenudo feliz de tenerla a su lado. Los miré un momento y los identifiqué rápidamente con las fotos de su primer y poco conocido disco. Salté como un felino, desenfundé mi Canon A1 y… me volví a sentar. ¿Quién era yo para estropearles ese bonito momento? Seguí tumbado hasta mucho después de que se fueran en dirección al pueblo y seguí disfrutando de nuestro nuevo día.

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Enrique Morente nos deja. Descanse en paz. Muchos lo echaremos de menos siempre.

morenteFoto de Manuel Montano

Vaya por su memoria el mejor homenaje que se le puede hacer a un músico.